domingo, 19 de junio de 2011

Calor


Allí estaba sentado yo, con una amplia sonrisa aguardando lo que todos a mi alrededor temían. Un par de minutos atrás el Ministro Alí Rodriguez Araque había anunciado una serie de racionamientos eléctricos en toda la ciudad por un período de dos horas, pero esta vez yo había jurado que no sería igual que las anteriores.
En medio de un estado de profunda concentración pude ver como comenzaban los primeros síntomas del inminente apagón. Cornetazos a lo lejos y cacerolazos alrededor, me indicaban que la ineficiencia del gobierno pronto vendría a tocar mi puerta.
No pude precisar el momento en el que la luz de mi cuarto se apagó pues sucedió repentinamente mientras pestañaba, pero si alcancé a escuchar el grito de mi vecino que decía “¡Me cago en Chavez!”. Allí supe que había comenzado el juego.
Con la tranquilidad de quien se ha entrenado para el peor escenario, me levanté lentamente en dirección hacia mi freezer y la caja que había preparado para la ocasión y que en otrora resguardó mi recién comprado televisor de 32 pulgadas, ahora confinado a un montón de chatarra luego del apagón de hace tres semanas. Toda forrada con fotografías del presidente y de todos personajes que han ocupado el cargo de Ministro del poder popular para la energía y adornada en el centro con un logo de CORPOELEC dispuse la caja justo frente a mi cómodo sillón.
15 Minutos después del apagón: Saco de la caja un refrescante caramelo de menta que coloco en mi boca y disfruto mientras me tomo un vaso de agua templada que he guardado en el frezzer.
45 minutos después del apagón: Me siento a comer con inmenso placer con un helado de mantecado de un litro. La oleada de frio por todo mi cuerpo no se hace esperar a pesar de que el helado ya ha perdido su consistencia original.
1 hora después del apagón: Me acerco nuevamente a la caja y saco un envase de alcohol isopropílico, humedezco mis manos y las llevo hasta mi frente, cuello y antebrazos, me desabotono la camisa. Siento la primera gota de sudor caer por mi espalda. El hijo de mi vecino llora mientras su madre intenta consolarle diciéndole que falta poco para el 2012.
2 horas después del apagón: Acudo nuevamente al freezer, saco dos hielos de la cubeta, me quito la camisa, me siento nuevamente y los coloco debajo de cada axila, apretándolos con mis brazos para sostenerlos. La sensación de frío es inmediata y me brinda ánimos suficientes para seguir ejecutando mi plan.
3 horas después del apagón: Saco de la caja un frasco en el que previamente había mezclado ICY HOT con Dencorub, tomo con mi dedo índice y medio una buena ración, unto todas las articulaciones, el pecho, debajo de la naríz, y los párpados. No puedo describir la sensación con precisión pero definitivamente el ardor hace que me olvide un rato de las altas temperaturas. Mi vecino comienza a reprocharle a su esposa por haber votado por el presidente en el 98.
4 horas después del apagón: El sudor se hace evidente pero sé que el final está cerca. Me desnudo completamente y tomo el balde con hielo seco que había guardado en el freezer, lo coloco frente a mi silla y vierto en él 4 litros de agua. Me siento sobre el balde en posición de montada dejando caer mis testículos en el recipiente frio. La sensación recorre todo mi cuerpo disminuyendo mi temperatura corporal en 0,3 C°. La sonrisa vuelve a mi rostro
6 horas después del apagón: Mi confianza comienza a deteriorarse y mi caja de artilugios luce vacía, comienzo a practicar la técnica de yogui Tummo para autoregularme.
7 horas después del apagón: Rompo en llanto y pienso “Me cago en buda, seguro que si le hubieran cortado la luz siete horas no hubiese estado debajo de esa mata tanto tiempo”
8 horas después del apagón: Colapso mentalmente y comienzo a escribir una nota de suicidio.
8 horas con 2 minutos: Dejo de escribir la nota al darme cuenta que no puedo leer lo que estoy escribiendo.
8 horas 30 minutos: Los gritos de mis vecinos se hacen más estruendosos, al fin el esposo acepta la solicitud de divorcio luego de 3 años que su mujer se la hiciese por primera vez. Busco a ciegas un viejo revolver que guardo en mi mesa de noche. Llorando, lo coloco en mi boca, cuando por arte de magia el bombillo de mi cuarto vuelve a encenderse.
Desnudo, con un revolver en la boca, oliendo a mentolado y evidentemente frustrado pienso en mi desgracia y me pregunto, ¿valdrá la pena seguir viviendo así o morir de una vez por todas?
El alboroto de la casa de mi vecino se interrumpió con el sonido de un disparo que sentenció a un hombre valiente que se negó a vivir con calor.