Aún lo recuerdo, fue un verdadero golpe de suerte el haber conseguido que un amigo, primo de un militar que había traído de contrabando desde Caracas
una caja de jabones marca “Cindy”, nos entregara un par de estos a cambio de
nuestros cupos de cadivi. Luego de 3 semanas sin ver una pastilla de jabón en
los anaqueles, mi esposa y yo sentimos que habíamos timado al pobre Coronel.
Recuerdo que decidimos abrir una pastilla en
vez de la dos al mismo tiempo; esta, acordamos que se usaría en todos los
baños, y para mayor comodidad, estaría ubicada en la mesa de la sala, que
convenientemente se encontraba en el centro de la casa.
Durante dos días fuimos profundamente felices.
Sin embargo, al notar el ritmo frenético en el que el preciado producto se malgastaba,
decidimos detener nuestros hábitos consumistas, atendiendo al llamado de
nuestro Presidente. Fue ese día que decidimos realizar los primeros acuerdos
para uso del jabón y publicarlos en la entrada del hogar.
En primera instancia, ningún invitado podría lavarse
en nuestra casa, por ello decidimos colocar la pieza, justo detrás de una
estatuilla del comandante eterno que tenemos en la sala, lugar que seguía
siendo estratégico, pero que a la vez evitaba una posible desaparición por
parte de visitantes que quisieran aprovecharse de nuestra nueva condición.
En segundo término, sería considerado como un “lujo
oligarca”, eso de lavarse las manos luego de ir al baño, mucho más aquellos
finos hábitos de asearse antes de comer; prácticas de sujetos evidentemente alienados
por las directrices de las grandes corporaciones.
Por último, decidimos que al jabón se le
enterraría un fino clavo con marcas, que indicaría su consumo, no solo en
términos de del largo del producto, sino de su profundidad. En función a estas
dos variables hicimos un acuerdo sellado sobre una compleja fórmula matemática
que indicaba que, cada uno de nosotros dispondría de 9 *limpius por cada jabón.
El acuerdo trajo buenos resultados y evitó grandes conflictos, nuestra solución
nos permitiría enfocarnos en cómo cada uno podía maximizar sus limpius y no en
desgastarnos en discusiones estériles que pudiesen poner en peligro nuestro
matrimonio.
*Nuevo sistema
métrico que inventamos para definir la cantidad de ingrediente activo por cada
CC de jabón.
La capacidad de mi consorte para la invención siempre
ha sido digna de mi admiración, confieso que a veces me sentaba en el retrete
para ver cómo lograba bañarse utilizando menos de ¼ de limpius. Su técnica, la
obligaba a sostener la pastilla con un solo dedo frente a la ducha por 17 segundos, esto
evitaba que el contacto con toda la mano consumiera innecesariamente el Cindy,
y por otro lado, al dejar que el agua que caía se impregnara de jabón, le
permitiría una limpieza global de modo magistralmente eficiente.
Debido a que no poseo tantos recursos
intelectuales, decidí que mientras elaboraba un plan para el consumo de aquel
valioso producto, me bañaría sin jabón. Esto me trajo problemas al tercer día,
cuando en una disputa, mi mujer me sacó de la cama para dormir en la sala por “aquellos
fuertes olores”. Sabía que necesitaba ponerme a su nivel y fue entonces cuando
desarrollé mi estrategia.
Todos los días al levantarme en la mañana, colocaba
el jabón frente a mí, mirándolo fijamente y acercando mi nariz, tomaba fuertes
inspiraciones, 10 para ser exacto. Luego de cada una intentaba exhalar sobre
cada parte importante de mi cuerpo, cuando digo importante me refiero a:
genitales, cara y manos, lo demás podía aguantar. Impregnado con las moléculas
del olor del jabón y un poco mareado, ingresaba a la ducha. Debo decir que
durante estos baños, notaba que el olor a jabón era mucho mayor a aquellos
tiempos en los que lo deslizaba por mi cuerpo, quizá tenga algo que ver con la
técnica nasal.
Luego de 19 días, y a meses de haber visto por
última vez aquel bonito fenómeno que conocemos como “espuma”, tuvimos que abrir
la segunda pastilla de jabón, pero nuestra confianza en el otro ya había
comenzado a deteriorarse. Los cálculos que determinaban la cantidad de limpius
que había utilizado en la semana y que aparecían en la cartelera del baño, lucían
evidentemente alterados. Notaba como mi esposa registraba menos consumo a pesar
de que ya yo había dejado de bañarme, y que en mis últimos días solo me quedaba
contemplando el jabón con una técnica yogui para internalizar sus
características y lavarme desde adentro. Pero el colmo fue cuando descubrí que
luego de haber sido víctima de una pesadilla con jabones que me perseguían, mi
esposa me descontó 1/8 de limpius, habiendo agotado todo mi cupo para asearme.
Desmoralizado y desesperado, corrí a la basura
para conseguir el envoltorio del jabón. Estaba seguro que al frotarlo contra mi
rostro podría conseguir al menos una limpieza por abrasión, pero no solo no
pude conseguirlo, sino que logré ensuciarme más con la basura. Llorando de
impotencia corría hasta el baño y lo abrí de una patada, halé la cortina de la
ducha y fue cuando descubrí a mi esposa en la peor situación. Se bañaba solo
haciendo uso del clavo que usábamos para las medidas. Se restregaba por todo el
cuerpo aquella pieza de metal que en el fondo aún conservaba vestigios de olor
a jabón. Ella también lloraba, me acerqué, la abracé y nos caímos sentados ahogados
por nuestros llantos en la ducha, pensábamos que habíamos caído lo más bajo que
podíamos caer pero que esta revolución debía continuar. Fue justo allí, cuando de modo inesperado... se nos fue el agua.