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El calor me abruma, los rayos calientes del sol penetran lentamente en mi cuello mientras los signos de humedad debajo de mis axilas delatan que mi cuerpo tiene cada vez más problemas para mantenerse en pie. Miro hacia adelante y veo aún una inmensa fila de personas aguardando, todos con caras largas y cuerpos descompuestos, resignados al lento andar de una interminable fila de penas. Un sujeto de apariencia misteriosa se acerca a mí y me susurra: ¿Queréis pasar rápido? Una epifanía golpea mi cabeza y allí mismo descubro cómo, por qué y para quién funciona una cola.
Para entender una cola de modo integral necesariamente se debe estar fuera de ella, pues una de sus más interesantes características es que los efectos de aguardar largos períodos de tiempo en ellas, van sedando a la víctima hasta colocarlo en el state of mind deseado por el victimario, caracterizado por la indefensión y la resignación a un sistema inmodificable, el sistema de la paga o la espera.
El primer elemento de una cola es la gente, toda fila está compuesta por personas; para ello el bien o servicio que se persigue debe representar una marcada necesidad o deseo que justifique por una parte una gran concurrencia y por otra que cada una de las víctimas esté dispuesta a someterse a largos tiempos de espera. Una cédula, una compra de alimentos, un crédito, una votación presidencial, una entrada a una discoteca, etc.
En los casos más simples, la demanda sobre este bien o servicio debe ser igual o mayor a la capacidad de oferta, sin embargo en las situaciones más perversas la demanda no es suficientemente alta como para justificar una prolongada espera y se diseñan detalladamente complejos procesos que generan altos niveles de ineficiencia: transcripciones manuales, retrabajos, horarios reducidos, errores voluntarios, etc.
Existen dos clases de negocios derivados de la espera, el principal y los conexos. El principal se basa en la vía de escape, el soborno, o como se le llama en las colas la “colaboración”, este es fundamental para el mantenimiento adecuado de la tramoya y a fin de cuentas es el objetivo último de su existencia. Una de las cosas que más me llama la atención es la metodología para la fijación de su precio. Si todos pudiesen pagarlo, sencillamente no habría fila y no sería necesario pagar un soborno, es por esto que debe ser lo suficientemente costoso como para que la mayoría de las personas no puedan costearlo y esto asegure que se mantendrá una cola de grandes dimensiones, sin embargo, el precio debe ser accesible para un pequeño grupo, de este grupo se alimentará el sistema (Gestores, empleados, vigilantes y demás personajes de la obra).
Aquellos que carecen de condiciones económicas para optar por la vía de escape alimentan los negocios conexos: vendedores de agua, cepillados, helados, refrescos, gorras y demás productos que suavicen la tortuosa agonía.
El state of mind de la cola ayuda a que quienes no pagan el soborno sustituyan su rabia hacia los gestores y coleados por un profundo sentimiento de frustración y vergüenza que deriva de no tener ellos los recursos necesarios para pagar una colaboración. Por otro lado quienes pagan el soborno no deben sentirse moralmente contrariados pues esto disminuiría drásticamente el número de clientes, el sentimiento de culpabilidad debe ser modificado por los gestores para instaurarse una suerte de vendetta entre el cliente y aquello que lo mantiene esclavizado a una injusta espera. Para ello los “servicios de gestoría” se presentan como un modo de vencer al “verdadero culpable” (el sistema, las políticas, el gobierno, etc.)
La víctima no debe descubrir el impacto de su accionar, debe pensar que una pequeña colaboración es muy distinta a un gran soborno, que su decisión no afecta al deterioro de las instituciones ni enlentece aún más la fila, que un país no se construye a partir de pequeños actos. Preguntas como “¿qué diferencia va a hacer que tú hagas la cola? ¿Por qué tú que tienes el dinero no le das tu puesto en la cola a alguien que no los tiene? Pretenden confundir a la acalorada víctima para desenfocarla de los aspectos negativos del soborno.
Creo que lo más interesante es que ni siquiera los gestores y sus cómplices conocen el alcance de los efectos de tan perverso sistema en un país. Quizá por el calor o por lo cotidiano de sus prácticas, pareciera que estos se han terminado creyendo la verdadera solución de la cola y que nosotros hubiésemos decidido que no existe otra opción.
Se debería realizar un estudio profundo sobre cual es el momento adecuado para hacer una cola. Amanecer para hacerla (para estar entre los 20 primeros)o llegar tarde cuando casi no hay cola (solo 40 ó 50 personas)?
ResponderEliminarYo estoy convencido de que los productos ofertados son solo la excusa necesaria. Hacer la cola produce un goce, pero hace falta un motivo sobre el que descanse el remordimiento. Hay gente que hace la cola y luego pregunta. Yo estudiaría el origen del goce.
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